Una inteligencia artificial que sabe cuál es la mejor leche para cada queso o un simulador que ayuda a entender cómo serán las próximas plantaciones de fresas son algunas de las innovaciones que han salido de entre centro tecnológico. “No hay mejor manera de hacer innovación en el mundo rural que desde el mundo rural”.

Todo empezó con una máquina de coser. Ramón Álvarez de Arriba fue uno de tantos emigrantes asturianos que se fueron a ‘hacer las Américas’ en el siglo XIX. Cuando volvió a su tierra era el distribuidor oficial de las máquinas Singer, lo que asentó su gran fortuna. Lo que había ganado con esa tecnología puntera decimonónica lo dedicó, a su muerte en 1920, a crear en el Valle de Peón (Villaviciosa) una fundación para afianzar la educación y la innovación agrícola. En 2019, la fundación dejó paso a un centro de innovación tecnológica rural. Es el CTIC RuralTech, una rama de la Fundación Centro Tecnológico de la Información y la Comunicación (CTIC). De las máquinas de coser del XIX se ha llegado a la inteligencia artificial del XXI.
La casa madre del CTIC había nacido en Gijón en 2003 (donde ahora cuentan con un simulador cuántico, un ‘datahub’ o un generador de experiencias de realidad expandida, entre otras innovaciones). “Llevamos 22 años y desde el inicio tuvimos una vinculación muy estrecha con las zonas rurales”, explica a COMPUTERWORLD Fidel Díaz, el director de I+D del CTIC. Cuando hace unos años surgió la oportunidad de asumir el patrimonio de la Fundación Ramón Álvarez de Arriba lo abrazaron: abrieron un centro que explora las tecnologías de última generación y que comparte espacio con la escuela que se había abierto hace un siglo. Lo nuevo ha reforzado lo que ya existía.
En el RuralTech siguen “siempre con el mismo ideal, dar más vida al mundo rural” y trabajan con herramientas punteras aplicadas a los grandes retos a los que se enfrenta ese territorio. Ahí está, por ejemplo, el cambio climático, que ya afecta a la agricultura. “Hay muchos cultivos que no van a poder realizarse en las regiones” en las que están ahora mismo, explica el director de I+D. Se necesita descubrir qué variantes son las más resistentes a los cambios o recopilar datos para entender el nuevo contexto. “Eso podemos controlarlo”, indica Díez. La tecnología posibilita hacer analítica, comprender mejor el suelo o diferenciar qué es —y que no— más resiliente.
También han creado una comunidad energética local, que con energías limpias genera la electricidad que necesitan ellos, la escuela y seis viviendas en Peón, o analizan acuíferos.

CTIC
Una “máquina del tiempo” para el campo
En cierto modo, se podría decir que las herramientas TI permiten hacer de todo. Ellos cuentan con sistemas de simulación climática o de inteligencia territorial, que tienen muchas aplicaciones concretas. Se pueden monitorizar cultivos o comprender la modificación del mosaico paisajístico. Gracias a los datos recopilados, se crean modelos que, además, son extrapolables. Como señala el experto, los problemas del campo asturiano se repiten en otras zonas de España y de Europa. Aplicados a elementos concretos, ayudan a mejorar la sostenibilidad y la eficiencia de las explotaciones agroganaderas.
Es “como una máquina del tiempo”, resume Fernando Ruenes, responsable junto con Ángela Campo de Asturiana de Fresas. Su compañía es una de las que emplea el simulador del CTIC. Lo dividen en diferentes zonas de sembrado a las que aplican condiciones diferentes. De este modo, pueden saber qué ocurriría en distintos contextos y adelantarse los efectos de enfermedades potenciales, cambio climático o estrés hídrico. “Con el simulador tenemos una ventaja”, indica. Es “anticiparte a la vida real”, señala. “Podrías decirle que está en el Sáhara o el Polo Norte”, ejemplifica Runes, y saber qué ocurre a ciencia cierta con tu planta de fresas.
Incluso, gracias a las pruebas, se puede saber qué fecha exacta es la mejor para iniciar el sembrado o qué especies y cultivos que todavía no están en la zona podrían funcionar (por ejemplo, puedes plantearte si olivas o pistachos funcionarían en Asturias y descubrir sin margen de duda qué obtendrías). También, comprender mejor el impacto de las diferentes condiciones ayuda a reducir el uso de fitosanitarios o a aumentar la rentabilidad de los cultivos. Sin tecnología de por medio, este tipo de pruebas y simulaciones llevarían años. Con ella, se pueden terminar en uno. Se gana en tiempo y eficiencia.
Algo parecido ofrece la inteligencia artificial, que están ya aplicando en casos de éxito. Como señala Díez usan “una IA clásica, más predictiva” para estudiar patrones.
La IA que sabe de quesos
A Enrique López, consejero delegado en Industrias Lácteas Monteverde, alguien le preguntó en una comida por qué no usaban los datos que generaban con sus catas y producción de quesos. “Podemos tener datos, pero desarrollar esto ¿quién lo hace?”, comenta que pensó. La solución pasó por el centro tecnológico. Ellos eran quienes podían hacer ese desarrollo. Lo estaban empezando en 2020, cuando la pandemia rompió por completo la rutina del mercado y obligó a los queseros a reinventar su producción para ajustarse a unos hábitos de consumo diferentes. Pero tras ese paréntesis volvió a ponerse en marcha y ahora la inteligencia artificial sabe mucho de quesos. De hecho, les ayuda a comprender mejor qué leche encaja mejor en qué tipo de queso.
“Sabíamos cómo era el queso ideal, el que tenía que salir”, señala López. Pero la leche no siempre en la misma: le afectan muchas variables, desde que el camión haya hecho una ruta que pasa por unas explotaciones agrarias diferentes a las de otro día hasta cómo ha sido la alimentación de las vacas. Toda es leche de calidad, pero tiene matices diferentes que impactan en el resultado final. Tampoco hay que olvidar que el modo en el que se vaya a presentar el producto o cómo se va a consumir obliga a cambiar la maduración del queso. Ahora la IA toma todo ese pool de leches que llegan y señala qué encaja en qué.
La IA da “una recomendación”. López señala que “hay variables que no hemos incluido y que vamos a incluir” como los pedidos registrados o el tiempo previsto de trabajo. Este “es un proceso continuo de aprendizaje”, explica. Sumar la cartera de pedidos, el stock o las estimaciones de variación de los precios de la leche o del queso en punto de venta permitiría ajustar todavía más la eficiencia. Su IA quesera arrancó con la búsqueda de excelencia de producto y, ahora que ya tienen eso, podría ir a la mejora de la gestión, explica.
El balance es positivo. Ya han visto como el índice de devoluciones se ha acercado a cero (“ahí sí que lo hemos notado”) y han conseguido beneficios ‘colaterales’, como bajar los costes de los análisis de contraste.

Asturiana de Fresas.
Potencial tech para el campo
Aunque desde fuera se suele pensar en grandes entornos urbanos cuando se piensa en innovación, el mundo rural siempre ha sido innovador. Siempre ha probado cosas nuevas. “Innovamos desde hace muchos años”, confirma López. En el caso de su empresa, están ahora mismo también en medio de un proyecto con la Universidad de Oviedo para convertir el suero de la fabricación de queso en plástico o para que la tecnología les ayude a reducir el consumo de agua del proceso de limpieza.
El potencial de la tecnología en el campo es ilimitado, especialmente para afrontar esos retos determinantes que trae el futuro y que ya marcan el presente. “Es muy importante aunar experiencia agrícola con experiencia tecnológica”, suma Ruenes. Ellos ponen el conocimiento de la tierra, las plantas y los ciclos agrícolas. El centro tecnológico, las herramientas TI y los límites que se pueden conquistar gracias a las nuevas tecnologías.
Al fin y al cabo, sumar tecnología por el afán de lo nuevo no tiene sentido. Las herramientas TIC no pueden ser superfluas y deben ofrecer soluciones reales a problemas reales. “No hay mejor manera de hacer innovación en el mundo rural que desde el mundo rural”, sintetiza Díez. “Hay que sufrirlo”, añade con buen humor, señalando, por ejemplo, lo poco que valen las digitalizaciones si luego a la hora de emplear la app te quedas sin cobertura en zonas en las que eso puede pasar. Estar en el campo permite saber los problemas auténticos de esas áreas y en tiempo real. También comprender su contexto y estar en contacto directo con los prescriptores.